A UN AÑO DE LA ELECCIÓN: ¿GOBERNAR O SAQUEAR?
- MartÍn Campos
- 5 jun
- 2 Min. de lectura

El pasado 2 de junio se cumplió un año desde que el electorado depositó su confianza en quienes hoy ocupan los cargos de gobierno. Ha sido un periodo breve en el calendario, pero suficiente para marcar contrastes profundos: algunos funcionarios han sabido conducirse con dignidad y responsabilidad; otros, por el contrario, han resultado una decepción rotunda.
Aunque apenas llevan siete meses en funciones, la realidad ya no deja espacio a la duda. En varios municipios no llegaron servidores públicos: llegaron mercenarios del poder. Hombres y mujeres que vieron en el gobierno no una oportunidad de servicio, sino una mina de oro. En este corto lapso, más de un presidente municipal ha dejado claro que su intención no era gobernar, sino saquear; comportándose como si el ayuntamiento fuera una empresa familiar y la presidencia, una herencia.
Es cierto que en la mayoría de los casos se perciben esfuerzos. Hay voluntad, hay trabajo. Pero en otros, todo es simulación. Políticas vacías, obras anunciadas pero no ejecutadas, y ciudadanos entretenidos con discursos mientras la realidad sigue igual o peor. Puro atole con el dedo, como reza el dicho.
Sin embargo, hay algo más grave que la ineficiencia: el descaro. Porque ya ni siquiera se molestan en guardar las apariencias. Han convertido la administración pública en su caja chica, como si el dinero del pueblo fuera la ganancia de un negocio personal. Así, gobernar se vuelve una vía rápida para enriquecerse, no una responsabilidad para servir.
Esta visión patrimonialista, corrupta y cínica del poder ha podrido muchas instituciones locales. Y ellos lo saben. Pero no les importa. Se sienten impunes, protegidos por la desmemoria, el olvido o la resignación. Creen que el pueblo es ciego, o sordo, o manso.
Siete meses han sido suficientes para distinguir a los que llegaron a servir… de los que llegaron a servirse. Y tarde o temprano, el juicio ciudadano será implacable. Porque la paciencia tiene un límite. Y la indignación… también vota.




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