top of page

REPRESENTANTES DE NADIE: LA SIMULACIÓN LEGISLATIVA EN PUEBLA

  • Foto del escritor: MartÍn Campos
    MartÍn Campos
  • 9 jun
  • 3 Min. de lectura

ree

La figura del diputado local, en teoría, es la de un representante del pueblo, un legislador que escucha, propone, vigila y actúa en favor de quienes lo eligieron. En la práctica, sin embargo, lo que vemos es muy distinto: la mayoría de los diputados locales son peones políticos, obedientes al poder que los puso ahí, no al pueblo que dicen representar.

Legislar, representar y fiscalizar suena muy bien en papel. Pero la realidad es otra: casi no escriben leyes propias, no cuestionan al Ejecutivo y regresan a sus distritos únicamente para simular cercanía. Entregan apoyos a cuentagotas, dirigidos a sus allegados, a sus grupos, a sus íntimos, pero sin información clara, sin gestión concreta, sin propuestas que impacten lo laboral, lo económico o lo social. Solo atole con el dedo, administrado en eventos con fotos, sin fondo.

Acaso usted sabe de alguna ley, alguna iniciativa de su diputado o diputada que vea beneficio directo. Porque en el caso de los distritos 04, 05 y 06 -Zacapoaxtla, Libres y Teziutlán respectivamente- lo único que vemos son legisladores relajados, disfrutando de sus cargos, colgándose de programas estatales en los que sólo posan para fotos, porque no hay aportación personal. Este es el caso de Esther Martínez Romano, Elpidio Díaz Escobar y Floricel González Méndez. ¿Dónde están sus propuestas? ¿Dónde su voz? En la pasarela oficial, pero no en la tribuna.

La legislatura local no es un contrapeso del poder, es su extensión. Si el gobernador es de su mismo partido, el Congreso se convierte en un teatro: el Ejecutivo propone, el Legislativo aplaude. No importa si la iniciativa es absurda, dañina o hecha al vapor: el voto a favor está asegurado.

El fuero, ese escudo que debería proteger a los legisladores para que hablen y actúen con libertad, se ha transformado en un sinónimo de impunidad. Lo usan para protegerse de denuncias por corrupción, abuso de poder o incluso delitos graves. Lo que debería ser una herramienta para servir, lo convirtieron en un privilegio para servirse.

Y como si no fuera suficiente, muchos diputados ni siquiera entienden las leyes que votan. Sus asesores les preparan discursos, sus líderes les dicen cuándo levantar la mano, y ellos obedecen sin entender o sin importarles. El escaño se vuelve una silla vacía ocupada por alguien cuya función es no estorbar.

¿Y el pueblo? Invisible. Callado. Solo útil en campaña, cuando reparten despensas y promesas recicladas. Después, desaparecen. Y lo más grave: muchos ciudadanos ni siquiera saben quién es su diputado, qué ha hecho o si ha hecho algo en absoluto. Esa ignorancia no es casual: es parte del juego. Cuanto menos sepas, más fácil es manipular tu voto.

Por eso es urgente entender una verdad incómoda: entre más desinformado esté el electorado, más impune será el poder. Si no sabemos qué deben hacer nuestros representantes, nunca podremos reclamarles nada. Si no revisamos cómo votan, a quién obedecen y por qué están ahí, seguiremos eligiendo a quienes nos ignoran o nos traicionan.

No es suficiente votar. Hay que exigir. Hay que vigilar. Y sobre todo, hay que entender que el cambio no vendrá de los partidos, ni de los políticos. Vendrá cuando el ciudadano deje de ser espectador y se convierta en juez, en fiscal, en memoria colectiva. Porque mientras no despertemos, seguiremos pagando su sueldo… para que legislen contra nosotros.

Comentarios


bottom of page